El cambio de estructura familiar repercute inevitablemente en todos los integrantes de la familia. Los mecanismos de convivencia y las modalidades vinculares que se ejercían hasta entonces entran en crisis, y es necesario lograr un proceso de reaprendizaje de los vínculos. En el niño la estructura interna se ve alterada ya que no comprende la nueva organización que supone modificaciones en: pérdida de poder adquisitivo, cambio de residencia, escuela y amigos, calendario impuesto de visitas, posible nuevas parejas de los padres. Además, puede presentarse una mala aceptación del divorcio por alguno de los progenitores y actitudes hostiles entre ellos.

Todo esto puede afectar al rendimiento académico, al autoconcepto, generar comportamientos regresivos o sobreadaptados a la edad del niño, aislamiento, tristeza, problemas de conducta, entre otros.

El tratamiento va dirigido a la aceptación e interiorización de la nueva estructura familiar.